Michel Eyquem, señor de Montaigne, el más moderno entre los clásicos, vivió entre 1533 y 1592. Nació y murió en su castillo en el Périgord, a unos 60 km. de Burdeos, ciudad de la que fue alcalde. Escribió en tres libros una obra que llamó LOS ENSAYOS (Les essais), una obra repleta de reflexiones, comentarios, citas de los clásicos griegos y latinos, y en la que el propio Montaigne es el protagonista. Retratándose a sí mismo, Montaigne pone al ser humano en el centro del pensamiento filosófico.

En la primera página de su obra Montaigne introdujo este breve prólogo:

AL LECTOR: Lector, éste es un libro de buena fe.
Te advierte desde el inicio que el único fin que me he propuesto con él es doméstico y privado. No he tenido consideración alguna ni por tu servicio ni por mi gloria. Mis fuerzas no alcanzan para semejante propósito.
Lo he dedicado al interés particular de mis parientes y amigos, para que, una vez me hayan perdido —cosa que les sucederá pronto—,
puedan reencontrar algunos rasgos de mis costumbres e inclinaciones, y para que así alimenten, más entero y más vivo, el conocimiento que han tenido de mí.
Si hubiese sido para buscar el favor del mundo, me habría adornado mejor, con bellezas postizas. Quiero que me vean en mi manera de ser
simple, natural y común, sin estudio ni artificio. Porque me pinto a mí mismo. Mis defectos se leerán al natural, mis imperfecciones y mi forma genuina en la medida que la reverencia pública me lo ha permitido. De haber estado entre aquellas naciones que, según dicen, todavía viven bajo la dulce libertad de las primeras leyes de la naturaleza, te aseguro que me hubiera gustado muchísimo pintarme del todo entero y del todo desnudo. Así, lector, soy yo mismo la materia de mi libro; no es razonable que emplees tu tiempo en un asunto tan frívolo y tan vano.
Adiós, pues. Desde Montaigne, a 12 de junio de 1580.

ALGUNOS LIBROS SOBRE MONTAIGNE

michel de montaigne los ensayos
michel de montaigne diario del viaje a italia

Aparte de leer las dos obras que conocemos de Montaigne (LOS ENSAYOS y el DIARIO DEL VIAJE A ITALIA POR SUIZA Y ALEMANIA (1580-1581), ambas espléndidamente editadas por Acantilado), las siguientes pueden ser una buena introducción a Montaigne y su pensamiento:

Bakewell, Sarah: Cómo vivir. Una vida con Montaigne: En una pregunta y veinte intentos de respuesta. Traducción de Ana Herrera Ferrer. Ariel. Barcelona, 2011.

Bayod, Jordi: La vida imperfecta: una introducció a Montaigne. Quaderns Crema. Barcelona, 2022.

Fumaroli, Marc: La diplomacia del ingenio. De Montaigne a La Fontaine. Traducción de Caridad Martínez. Acantilado. Barcelona, 2011.

Gide, André (selección y prólogo): Montaigne, páginas inmortales. Traductor, Juan Gabriel López Guix. Tusquets. Barcelona, 1993.

Woolf, Virginia: Montaigne, âme libre. Le festin. Burdeos, 2019.

Zweig, Stefan: Montaigne. Edición de Knut Beck. Traducción de J. Fontcuberta. Prefacio y notas de Jordi Bayod. Acantilado, Barcelona 2008.

MI SELECCIÓN DE CITAS DE MONTAIGNE

Son innumerables las interesantes citas, sobre las más diversas materias, que pueden encontrarse en LOS ENSAYOS, yo he seleccionado aquí mis favoritas. La traducción es la de Jordi Bayod Brau para Acantilado. Los números romanos se refieren a los libros, I, II o III, de Los ensayos; los arábigos a los correspondientes capítulos de cada libro:

LA AMISTAD (EN RECUERDO DE SU AMIGO ÉTIENNE DE LA BOÉTIE)

La amistad que hemos alimentado entre nosotros, mientras Dios ha querido, tan entera y tan perfecta que ciertamente los libros apenas hablan de otras semejantes y, entre los hombres de hoy, no se encuentra huella alguna en vigor. Se precisan tantas coincidencias para formarla, que es mucho si la fortuna la alcanza una vez en tres siglos. (I:27)

Desde el día que le perdí (…) no hago más que arrastrarme lánguidamente. Y aun los placeres que se me ofrecen, en lugar de consolarme, redoblan mi dolor por haberlo perdido. Íbamos a medias en todo; me parece que le arrebato su parte.
Si me instan a decir por qué le quería, siento que no puede expresarse más que respondiendo: porque era él, porque era yo. (I:27)

EL AMOR

En otros tiempos me afectó una fuerte aflicción, dado mi temperamento, y aún más justa que fuerte. Tal vez me habría perdido de haber confiado simplemente en mis fuerzas. Necesitado de una vehemente diversión para distraerme, me hice el enamorado de una manera artificial y estudiada, cosa que mi edad favorecía. El amor me alivió y apartó del mal que la amistad me estaba infligiendo. (III:4)

LOS ANIMALES

Nos obliga cierto respeto y un deber general de humanidad, no sólo para con los animales, dotados de vida y sentimiento, sino incluso para con árboles y plantas. Debemos la justicia a los hombres y la gracia y la benignidad a las demás criaturas que son susceptibles de ellas. Existe cierta relación entre ellas y nosotros, y cierta obligación mutua. (II:11)

No temo decir que la ternura de mi naturaleza es tan pueril que ni siquiera puedo rehusarle a mi perro la fiesta que me ofrece o me pide inoportunamente. (II:11)

Cuando juego con mi gata, quién sabe si es ella la que pasa el tiempo conmigo más que yo con ella. Nos entretenemos con monerías recíprocas. Si yo tengo mi hora de empezar o de rehusar, ella tiene también la suya. (II:12)

Falta adivinar quién tiene la culpa de que no nos entendamos, pues nosotros no los entendemos más a ellos que ellos a nosotros. Por la misma razón, pueden considerarnos estúpidos a nosotros como nosotros los con­sideramos a ellos.

No es muy asombroso que no los entendamos; tampoco entendemos a los vascos ni a los trogloditas. (II: 12)

Bien que nos hablan a nosotros y nosotros a ellos. ¿De cuántas maneras hablamos a nuestros perros y ellos nos responden? Charlamos con ellos con otro lenguaje, con otras denominaciones que con los pájaros, con los cerdos, con los bueyes, con los caballos, y cambiamos de idioma según la especie.(II:12)

Todo esto lo he dicho para defender la semejanza que hay en las cosas humanas y para devolvernos y unirnos a la muchedumbre. No estamos ni por encima ni por debajo del resto. Todo cuanto está bajo el cielo, dice el sabio, sigue la misma ley y fortuna.(II:12)

LOS CARGOS

La mayoría de nuestras ocupaciones son teatrales. (…) Hemos de representar debidamente nuestro papel, pero como el papel de un personaje prestado. Observo que algunos se transforman y transubstancian en tantas nuevas figuras y nuevos seres cuantos cargos asumen, y que se vuelven prelados hasta el hígado y los intestinos, y arrastran su oficio hasta el retrete. El alcalde y Montaigne han sido siempre dos, con una separación muy clara. No por ser abogado o financiero debe ignorarse el engaño que hay en tales ocupaciones. El hombre honesto no es responsable del vicio o la necedad de su profesión, y no debe, por tanto, rehusar su desempeño. (III:10)

Los regentes de Burdeos me eligieron alcalde de su ciudad cuando me hallaba lejos de Francia y todavía más lejos de tal pensamiento. Me excusé. Pero me comunicaron que cometía un error; además, se interponía la orden del rey. Es un cargo que debe parecer mucho más hermoso porque no comporta otro salario ni ganancia que el honor de su desempeño. (III:10)

LA CASA

Porque quien opta por agazaparse en su hogar y sabe guardar su casa sin querella ni proceso, es tan libre como el Dux de Venecia. (I:42)

LA CRUELDAD

Ningún animal del mundo es tan terrible para el hombre como el hombre. (II:19)

Para las madres es un pasatiempo ver a un niño que retuerce el cuello a un pollito y que se divierte lastimando a un perro o a un gato.

Y algún padre es tan necio que toma como un buen augurio de alma marcial ver que su hijo golpea injustamente a un campesino o a un lacayo que no se defiende, y como gentileza ver que burla a un compañe­ro mediante alguna maliciosa deslealtad y engaño.

Éstas son, sin embargo, las verdaderas semillas y raíces de la cruel­dad, de la tiranía, de la traición. (I:22)

LA DISCUSIÓN

El ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu es, a mi entender, la discusión. Su práctica me parece más grata que la de cualquier otra acción de nuestra vida. Y ésa es la razón por la cual si ahora mismo me obligaran a elegir, aceptaría más bien perder la vista que perder el oído o el habla. (III:8)

Celebro y acaricio la verdad, sea cual fuere la mano en la cual la encuentro, y me entrego a ella con alegría, y le tiendo mis armas vencidas en cuanto la veo acercarse. Y con tal de que no se proceda con un semblante demasiado imperiosamente magistral, me complace que me reprendan. (III:8)

LA EDUCACIÓN

Denuncio toda violencia en la educación de un alma tierna a la que se forma para el honor y la libertad. Hay no sé qué de servil en el rigor y en la obligación, y creo que aquello que no puede lograrse con la razón, y con prudencia y destreza, no se logra jamás a la fuerza. (II:8)

Entre otras cosas, ¡cuántas veces he tenido ganas, al pasar por nuestras calles, de montar un espectáculo para vengar a los mozuelos a los que veía sufrir los rasguños, golpes y magulladuras de algún padre o madre furiosos y enloquecidos de ira! (II:17)

ESCRIBIR

Y aunque nadie me lea, ¿he perdido acaso el tiempo dedicándome durante tantas horas ociosas a pensamientos tan útiles y agradables? (II:18)

No he hecho más mi libro de lo que mi libro me ha hecho a mí —libro consustancial a su autor, con una ocupación propia, miembro de mi vida, no con una ocupación y finalidad tercera y ajena, como todos los demás libros—. (II:18)

Ningún placer tiene sabor para mí sin comunicación. Mi alma no concibe un solo pensamiento airoso sin que me irrite por haberlo producido en solitario y sin nadie a quien ofrecérselo. (III:9)

Me gusta la forma de andar poética, a saltos y a zancadas. Es un arte, como dice Platón, leve, alado, demónico. Plutarco tiene obras en las que se olvida del tema, en las que el asunto de su argumento no se encuentra sino por casualidad, enteramente sepultado en materia extraña. (III:9)

¡Oh, Dios, qué belleza poseen estas airosas escapadas, esta variación, y tanto más cuanto más recuerdan a algo descuidado y fortuito! Es el lector poco diligente quien pierde mi tema, no yo. Siempre se encontrará en un rincón alguna frase que será suficiente, por más concisa que sea. (III:9)

LAS EXCUSAS

Suelo secundar las presunciones injuriosas que la fortuna esparce contra mí, por una tendencia, que tengo desde siempre, a eludir jus­tificarme, excusarme e interpretarme. Considero que pleitear por mi conciencia es comprometerla. (III:12)

FILOSOFAR

Si filosofar es dudar, según se dice, con mayor razón tontear y fantasear como lo hago yo debe ser dudar. A los aprendices les atañe, en efecto, preguntar y debatir, y al maestro, resolver. (II:3)

Porque en lo que digo la única certeza que garantizo es que se trata de aquello que en este momento tenía en mi pensamiento, pensamiento tumultuoso y vacilante. Hablo de todo a modo de charla, y de nada a modo de dictamen. (III:11)

LAS LENGUAS

Me gusta mucho más torcer una hermosa sentencia para unirla a mí que rectificar mi camino para ir a buscarla. Al contrario, a las pa­labras les corresponde servir y seguir, y que el gascón llegue si el francés no alcanza.(II:25)

Quiero que predominen las cosas, y que llenen hasta tal punto la imaginación del oyente que éste no recuerde nada de las palabras. (I:25)

Mi lengua francesa está alterada, en la pronunciación y en otras cosas, por la barbarie de mi terruño. Nunca he visto a nadie de estas regiones a quien no se le note de manera muy evidente su linaje, y que no hiera los oídos puros franceses. (II:17)

Más arriba de nosotros, hacia las montañas, se habla un gascón que me parece singularmente hermoso, seco, breve, expresivo, y en verdad una lengua viril y militar más que cualquier otra de las que oigo; tan vigorosa, potente y directa como el francés es gracioso, delicado y abun­dante. (II:17)

LOS LIBROS

Me deleito con ellos como los avaros con sus tesoros, por saber que los gozaré cuando se me antoje. Mi alma se sacia y satisface con este derecho de posesión. (III:3)

No viajo sin libros ni en la paz ni en la guerra. (III:3)

Porque no puede decirse hasta qué punto me tranquiliza y descansa la consideración de que los tengo a mi lado para que me brinden placer cuando llegue el momento, y reconocer cuánta ayuda prestan a mi vida. (III:3)

No he encontrado mejor provisión para el viaje humano, y compa­dezco en extremo a los hombres de entendimiento que carecen de ella. (III:3)

En casa me aparto un poco más a menudo a mi biblioteca, desde donde, con toda facilidad, dirijo la administración doméstica. Estoy a la entrada, y veo debajo de mí mi huerto, mi corral, mi patio, y dentro de la mayoría de las partes de mi casa. Ahí, hojeo ahora un libro, luego otro, sin orden ni plan, a retazos. A veces pienso, a veces registro y dicto, mientras me paseo, mis desvaríos, que tenéis delante. (III:3)

Aquí [en la biblioteca] tengo mi morada. Intento adueñarme de ella por completo, y sustraer este único rincón a la comunidad conyugal, filial y civil. En los demás sitios, mi autoridad es sólo verbal; en lo efectivo, confusa. ¡Qué miserable es, a mi juicio, quien no tiene en su casa un lugar donde estar a solas, donde hacerse privadamente la corte, donde esconderse! (III:3)

EL MATRIMONIO

No veo otros matrimonios que fallen y se perturben más rápido que los basados en la belleza y los deseos amorosos. Hacen falta fundamentos más sólidos y más constantes, es necesario proceder con precaución; esa burbujeante alegría no sirve de nada.(I:5)

Un buen matrimonio, si lo es, rechaza la compañía y características del amor. Intenta imitar las de la amistad. Es una dulce alianza de vida, llena de constancia, confianza y un número infinito de útiles y sólidos servicios y obligaciones mutuas.(I:5)

La piedra de toque de un buen matrimonio y su verdadera prueba concierne al tiempo que dura la asociación: si ha sido constantemente benévola, leal y ventajosa (II:35)

LA MUERTE

Hace sólo exactamente quince días he cumplido treinta y nueve años; me quedan por lo menos otros tantos; entretanto, agobiarse con el pensamiento de una cosa tan lejana sería una locura. (I:19)

Jóvenes y viejos abandonan la vida en la misma condición. Nadie sale de ella de otro modo que como si entrara ahora mismo. Además, no hay hombre tan decrépito que, mientras vea a Matusalén por delante, no piense que todavía le quedan veinte años en el cuerpo. (I:19)

Y también, pobre loco como eres, ¿quién te ha fijado los términos de tu vida? Te fundas en las cuentas de los médicos. Mira más bien el hecho y la experiencia. Según el curso ordinario de las cosas, vives desde hace mucho por favor extraordinario. Has rebasado los términos habituales de la vida. (I:19)

No tengamos nada tan a menudo en la cabeza como la muerte. Nos la hemos de representar a cada instante en nuestra imaginación y con todos los aspectos. Al tropezar un caballo, al caer una teja, a la menor punzada de alfiler, rumiemos enseguida: «Y bien, ¿cuándo será la muerte misma?» y, a partir de ahí, endurezcámonos y esforcémonos. (I:19)

Es incierto dónde nos espera la muerte; esperémosla por todas partes. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. Quien ha aprendido a morir, ha desaprendido a servir. (I:19)

Jamás nadie se preparó para abandonar el mundo de manera más absoluta y plena, ni se desprendió más completamente de él de lo que yo me esfuerzo en hacer. Las muertes más muertas son las más sanas. (I:19)

Cuando vivir tiene más de mal que de bien es hora de morir, y conservar la vida para nuestro sufrimiento y malestar se opone a las leyes mismas de la naturaleza. ( I:32)

Porque en la vida hay muchos accidentes peores de soportar que la muerte misma.
Y no es la receta para una sola enfermedad; la muerte es la receta para todos los males. Es un puerto segurísimo, que nunca debe temerse y que a menudo hay que buscar. (II:3)

La seguridad, la ausencia de dolor, la impasibilidad, la privación de los males de esta vida, que adquirimos a costa de la muerte, no nos aporta ventaja alguna. En vano evita la guerra quien no puede gozar de la paz; y en vano escapa a la aflicción quien es incapaz de saborear el reposo. (II:3)

LA MÚSICA

Así, cuando Filipo, rey de Macedonia, oyó que su hijo, el gran Alejandro, cantaba en un festín, rivalizando con los mejores músicos, le dijo: «¿No te avergüenzas de cantar tan bien?» (I:39)

Ningún ánimo es tan blando que no se enardezca con el sonido de nuestros tambores y trompetas; ni tan duro que no se despierte y complazca con la dulzura de la música. (II:12)

PARÍS

Cuantas más ciudades hermosas he visto después, más puede y gana esta en mi afecto. La amo por sí misma y más en su ser simple que re­cargada con pompa ajena. La amo tiernamente, hasta sus verrugas y sus manchas. No soy francés sino por esta gran ciudad, grande por sus pueblos, grande por su afortunada situación, pero, sobre todo, grande e incompa­rable por la variedad y diversidad de bienes. La gloria de Francia y uno de los ornatos más nobles del mundo. (III:9)

EL PLACER

Todas las opiniones del mundo coinciden en que el placer es nuestro objetivo, aun cuando [dichas opiniones] adopten medios distintos; de lo contrario, las desecharíamos desde el principio. En efecto, ¿quién iba a escuchar a alguien que se fijara como fin nuestro sufrimiento y malestar? (I:19)

Digan lo que digan, incluso en la virtud el objetivo último al que nos dirigimos es el placer. Me agrada azotarles los oídos con una palabra que les disgusta tanto. (I:19)

Me defiendo de la templanza como me defendí en otros tiempos del placer. Me empuja demasiado atrás, y hasta la insensibilidad. Ahora
bien, quiero ser dueño de mí mismo en todos los aspectos. La sabiduría tiene sus excesos, y no tiene menos necesidad de moderación que la locura. (III:5)

LA POLÍTICA

Solo le corresponde mandar al hombre que sabe más que aquellos a los cuales manda. ( I:42)

Los regentes de Burdeos me eligieron alcalde de su ciudad cuando me hallaba lejos de Francia y todavía más lejos de tal pensamiento. Me excusé. Pero me comunicaron que cometía un error; además, se interpo­nía la orden del rey. Es un cargo que debe parecer mucho más hermoso porque no comporta otro salario ni ganancia que el honor de su desem­peño. (III:10)

Me acordaba [Montaigne habla aquí de su padre, que también fue alcalde de Burdeos] de que le había visto en su vejez, siendo yo un niño, con el alma cruelmente turbada por los enredos públicos (…). Él era así; y este carácter procedía de una gran bondad natural. Jamás hubo alma más caritativa y amante del pueblo. Yo no quiero seguir este camino, que alabo en otros; y no carezco de excusa. Él había oído decir que era preciso olvidarse de uno mismo por el prójimo, que lo particular no merecía consideración alguna frente a lo general.(III:10)

LOS RECUERDOS

Sobre todo son peligrosos los viejos en quienes permanece vivo el recuer­do de las cosas pasadas y que perdieron la memoria de sus repeticiones.(I:9)

LAS RELIGIONES

He visto a algún grande vulnerar el renombre de su religión por mostrarse religioso más allá de todo ejemplo de los hombres de su índole.
Me agradan las naturalezas templadas y medianas. La inmoderación, aun hacia el bien, si no me ofende, me asombra y me hace difícil bautizarla. (I:29)

Y, sin embargo, remitiéndome siempre a la autoridad de su censura [Montaigne se refiere a la Iglesia Católica], que lo puede todo sobre mí, me inmiscuyo a la ligera en toda suerte de asuntos como lo hago aquí. (I:56)

Propongo estas fantasías humanas y mías simplemente como fanta­sías humanas y tomadas particularmente, no como decretadas y regula­das por mandato celestial, no susceptible de duda y polémica —materia de opinión, no materia de fe; lo que discurro por mí mismo, no lo que creo según Dios, de una manera laica, no clerical, pero siempre muy religiosa—, al modo que los niños proponen sus ensayos: para ser ins­truidos, no para instruir.(I:56)

Aun así, invocamos a Dios y su auxilio para conspirar a favor de nuestras faltas, y lo incitamos a la injusticia:(…) El avaricioso le reza por la vana y superflua conservación de sus tesoros; el ambicioso, por sus victorias y por el progreso de su fortuna; el ladrón lo emplea en su auxilio para salvar el peligro y las dificultades que se oponen a la ejecución de sus malvadas empresas, o le agradece la facilidad que ha encontrado para degollar a uno que pasaba. Hacen sus oraciones al pie de la casa que van a asaltar o a volar, con una intención y esperanza llenas de crueldad, de lujuria y de avaricia.(I:56)

Todo esto es signo muy evidente de que no acogemos nuestra religión sino a nuestra manera y con nuestras manos, y no de otro modo que como se acogen las demás religiones. Nos hemos encontrado en el país donde se practicaba, o nos fijamos en su antigüedad o en la autoridad de los hombres que la han defendido, o tememos las amenazas que dedica a los incrédulos, o seguimos sus promesas.(…) Son lazos humanos. Otra región, otros testigos, simi­lares promesas y amenazas podrían imprimirnos por la misma vía una creencia contraria. (II:12)

Somos cristianos por la misma razón que somos perigordinos o ale­manes. (II:12)

LA SALUD Y LA ENFERMEDAD

Ni la salud, que hasta ahora he disfrutado muy vigorosa y pocas veces interrumpida, prolonga mis esperanzas, ni las enfermedades me las recortan. A cada minuto me parece que me escapo. (I:19)

Mi salud es libre y completa, sin regla y sin otra disciplina que la de mi costumbre y mi placer. Cualquier lugar me va bien para detenerme, pues no preciso otras comodidades cuando estoy enfermo que las que ne­cesito cuando estoy sano. (II:37)

No me preocupo por estar sin médico, sin boticario y sin ayuda; veo a la mayoría de los que la tienen más afligidos por ella que por la dolen­cia. (II:37)

No hay nación que no haya permanecido muchos siglos, y los prime­ros siglos, es decir, los mejores y más felices, sin medicina; y la décima parte del mundo sigue sin emplearla en este momento. Hay infinitas naciones que no la conocen, donde se vive más sana y largamente que aquí; y entre nosotros el pueblo común se las arregla felizmente sin ella.(II:37)

Turbamos y despertamos la enfermedad por oposiciones contrarias. Ha de ser la forma de vida la que poco a poco la debilite y reconduzca a su fin. Los violentos zarpazos entre la droga y la enfermedad se produ­cen siempre a costa nuestra, pues la querella se desenvuelve en nosotros, y la droga es una ayuda poco fiable, hostil por naturaleza a nuestra salud, y sin otro acceso a nuestro estado que por la vía del tumulto. (II:37)

Una vez el médico le preguntó a su enfermo qué efecto notaba con los medicamentos que le había suministrado, y éste le respondió: «He sudado mucho». «Eso es bueno», dijo el médico. En otra ocasión le pre­guntó también cómo se había encontrado desde entonces: «He pasado un frío extremo», dijo, «y he temblado mucho». «Eso es bueno», siguió el médico. La tercera vez le preguntó de nuevo cómo estaba: «Siento que me hincho y me entumezco», dijo, «como si tuviera hidropesía». «Esto es que va bien», añadió el médico. Cuando un amigo suyo se interesó después por su estado, respondió: «Sin duda, amigo mío, a fuerza de estar bien, me muero». (II:37)

Mi padre vivió setenta y cuatro años, mi abuelo, sesenta y nueve, mi bisabuelo, cerca de ochenta sin haber probado ninguna suerte de medicina y, entre ellos, todo lo que no era de uso habitual contaba como droga. (II:37)

Que no me reprochen las dolencias que en estos momentos me agarran por el cuello. ¿Haber vivido sano cuarenta y siete años por mi parte, no es suficiente? (II:37)

EL SER HUMANO

Ninguna cualidad nos abraza pura y universalmente. Si hablar solo no fuese un comportamiento de locos, no habría día ni casi hora en que no me oyeran refunfuñar para mis adentros y contra mí mismo: «Tonto del culo» (I:37)

El hombre es la más calamitosa y frágil de todas las criaturas y, al mismo tiempo, la más orgullosa. (II:12)

Así como de las grandes amistades surgen las grandes enemistades, así como de la salud vigorosa surgen las enfermedades mortales, de las singulares y vivas agitaciones de las almas nacen las demencias más sobresalientes y más trastornadas. Sólo media vuelta de clavija separa una cosa de la otra. (II:12)

Un corazón noble no debe desmentir sus pensamientos; quiere mos­trarse hasta el interior. En él todo es bueno, o al menos todo es humano. Aristóteles considera deber de magnanimidad […] hablar con toda franqueza y, en comparación con la verdad, no hacer caso de la aproba­ción o reprobación ajena.(II:17)

¿Acaso he perdido el tiempo por haberme rendido cuentas de mí mismo de manera tan continua y meticulosa? Quienes se repasan sólo con la fantasía, y con la lengua alguna vez, no se examinan, en efecto, tan exactamente, ni se descubren, como quien hace de ello su estudio, su obra y su oficio, como quien se obliga a un registro duradero con toda su fe, con toda su fuerza.(II:18)

Varones y mujeres están hechos en el mismo molde; salvo la educación y la costumbre, la diferencia no es grande. (III:5)

Y en el más elevado trono del mundo, estamos sentados sobre nuestro trasero. (III:13)

LA SOLEDAD

Debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra, del todo libre, donde fijar nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad. En ella debemos mantener nuestra habitual conversación con nosotros mismos, y tan privada que no tenga cabida ninguna relación o comunicación con cosa ajena. (I:38)

EL SUEÑO

Sueño con poca frecuencia y, cuando lo hago, es acerca de cosas fan­tásticas y quimeras producidas en general por pensamientos agradables, más ridículas que tristes. Y creo cierto que los sueños son leales intérpretes de nuestras inclinacio­nes, pero se requiere arte para ordenarlos y entenderlos. (III:13)

LA VERDAD

Yo propongo fantasías informes e indecisas, como hacen quienes pu­blican cuestiones dudosas para debatirlas en las escuelas: no con objeto de establecer la verdad, sino para buscarla. (I:56)

VIAJAR

Aparte de estas razones, viajar me parece un ejercicio provechoso. El alma se ejercita continuamente observando cosas desconocidas y nuevas. Y no conozco mejor escuela para formar la vida, como he dicho a menudo, que presentarle sin cesar la variedad de tantas vidas, fantasías y costumbres diferentes, y darle a probar la tan perpetua variedad de formas de nuestra naturaleza.

LA VIDA

Desearía tener una comprensión más perfecta de las cosas, pero no la quiero adquirir al precio tan alto que cuesta. Mi intención es pasar con dulzura y sin esfuerzo lo que me resta de vida. No quiero romperme la cabeza por nada, ni siquiera por la ciencia, por mucho que sea su valor. (II:10)

Las almas más hermosas son aquellas que están provistas de mayor variedad y flexibilidad.(…) La vida es un movimiento desigual, irregular y multiforme. (III:3)

Seguirse a sí mismo sin tregua, y estar tan preso de las propias inclinaciones que no podamos apartarnos de ellas, que no podamos torcerlas, no es ser amigo de sí mismo, y menos aún dueño. Es ser esclavo. (III:3)

Me entrego al cambio de una manera imprudente y tur­bulenta. Mi estilo y mi espíritu vagabundean de la misma manera. Hay que tener un poco de locura si no quiere tenerse más necedad, dicen los preceptos de nuestros maestros, y más aún sus ejemplos. (III:9)

Es mucho más fácil andar por los extremos, donde la extremidad sirve de límite, de freno y de guía, que por la vía del medio, ancha y abierta, y según el arte, que según la naturaleza; pero es también mucho menos noble y menos digno de elogio.(III:13)

Nada es tan hermoso y legítimo como hacer bien de hombre, y tal como es debido. Ni hay ciencia tan ardua como saber vivir bien esta vida. Y, entre nuestras enfermedades, la más salvaje es despreciar nuestro ser. (III:13)

LA VIRTUD

Si alguien, por dulzura y facilidad natural, desdeña las ofensas su­fridas, actuará de una manera muy bella y loable. Pero quien, irritado e indignado hasta lo vivo por una ofensa, se arme, con las armas de la razón, contra un furioso deseo de venganza y, tras un gran conflic­to, llegue al fin a dominarlo, hará sin duda mucho más. El primero actuará bien; el segundo, virtuosamente. La primera acción podrá ser llamada bondad; la segunda, virtud. (II:11)

Parece, en efecto, que el nombre de la virtud presupone dificultad y contraste, y que no puede ejercerse sin oposición. Tal vez por eso llamamos a Dios bueno, fuerte y generoso y justo; pero no le llamamos virtuoso. Sus acciones son todas naturales y exentas de esfuerzo. (II:11)

ALGUNOS VIDEOS SOBRE MONTAIGNE

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